El Magnanimo

Hace poco tiempo fui a un bar del centro de Moscú donde había sido invitado a dar unas conferencias para la universidad de Moscú. Al final de mi café me quede mirando como varios chicos que hasta ese momento habían estado riéndose entre ellos, iban a distintas mesas atraídos por algunas señoritas que estaban en distribuidas por el local. En los casos más afortunados, lograban conversar con las chicas y se los veía contentos y verborrágicos. Los que no tuvieron suerte las terminaron insultando (visiblemente ofuscados por su fracaso), peleándose sin sentido con alguien que los rozó o, simplemente, solos en una silla del bar luego de haber tomado demasiado.

No me mires asi o llamo a los pibes!

Concluí que el saldo no había sido bueno. Pasaron del goce de una noche entre amigos, con viejas anécdotas, rondas para todos y chistes sin sentido, al sabor amargo de la derrota que a veces tiene la cerveza, a volver a casa solos luego de una pelea de bar y en algunos pocos casos, al éxito al menos hablar con una chica.

¿Pero por qué lo hacían? «Es su naturaleza, es necesario», me respondí casi al instante.

Livianita la noche, eh!! Otro dia salimos de joda en serio.

Me acordé de un gato que tenía mi familia cuando yo era chico, se llamaba Santino. Santino acostumbraba desaparecer días y días de casa. Al principio nos asustábamos, luego nos habituamos a verlo llegar sucio, muy lastimado y flaco maullando más que nunca para que le demos de comer. Una vez alimentado, Santino se desmoronaba del sueño. Y se quedaba un tiempo tranquilo, hasta que desaparecía otra vez y la historia se repetía.

Seguí con la vista retirarse a uno de los chicos que, luego de una breve pelea con un desconocido, caminaba como podía hasta la puerta del bar. «Igual que Santino», pensé.

Mientras pedía la cuenta, recordé que las aventuras de aquel gato terminaron el día que mi papa decidió caparlo. «Ya no va a ser más papá, es todo!!» Simplificó.

Veni que te las corto re lindas

Al poco tiempo Santino engordó, sus salidas maratónicas eran ya muy infrecuentes y dormía bastante más que antes. Estaba mucho mejor en aquel momento. Además, como decía mi papá «era por su bien, lo iban a terminar matando».

No era un gato infeliz, no.
Santino, volvió a jugar con ovillos de lana, perseguir cualquier cosa que se moviera y caminar todas las cornisas de la cuadra, tal como lo hacía de cachorrito.

Quien no tiene huevos? Anda salame!! yo me quedo viendo la tele

Ahora, ¿por qué esto funciona en los gatos y no en el hombre? ¿Este gato habría querido que lo capen si se lo preguntaban?

Pensé en la niñez de cualquier persona. Es la edad en la que existen más juegos, más aprendizaje, más felicidad, mejor sueño, más sonrisas, más, más y más.

Hasta que llegamos a los 13 ó 14 años. En ese momento nos invade una obsesión, nos atrapa, nos aprisiona. No entendemos si nos gusta o no. No nos importa pero lo buscamos. Empezamos a dormir mal. Los profesores nos hablan en la escuela pero ya no los escuchamos como antes. Empezamos a salir y volvemos a casa rasguñados, flacos y con ganas de dormir.

Nos destroza, pero lo buscamos. Nos obsesiona, pero lo buscamos. Cuando logramos obtener lo que buscamos, lo defendemos.

Empezamos a parecernos a Gollum y gritamos «my precious!!» a los 4 vientos. Nos peleamos en bares y en tejados si nuestra obsesión se ve amenazada.

Estoy obsesionado con el anillo!!!

¿Y si alguien nos salvara de la obsesión qué pasaría? ¿Sería la salvación del mundo? Los hombres disfrutarían de un buen libro, la medicina crecería, todo sería mejor.

Si a cualquier hombre se le pregunta si quiere someterse a un experimento como el de Santino se niega enérgicamente. Por supuesto, es su naturaleza, su instinto, su hombría.

¿Pero realmente los hace felices aquello que los mueve día a día? ¿Los mueve un notable afán de vivir o son convulsiones las que mueven a la humanidad masculina?

Un ejército de playmobils vivientes caminando por el mundo sin problemas. Con ganas de ser niños otra vez, sin ganas de perderlo todo por una mujer, tampoco por un hombre; simplemente asexuados.

Engordaríamos como Santino, claro. Miraríamos televisión, jugaríamos con ovillos de lana, nuestra concentración sería infinita.

¿A quién no le pasó cientos de veces que querían leer en un subte el mejor libro que jamás les hayan prestado y se les ha hecho imposible porque una señorita decidió ahorrar en toda la tela que pudo para el diseño de su vestido?

¿Y en la facultad? ¿La compañera que iba en pollera y tenía el arte de cambiar el cruce de piernas justo en el momento en el que el profesor nos decía el secreto para aprobar?

Creo que los tengo a todos locos!!! Uuu, como estoy!!

Creo que las mujeres quedan medianamente exentas de este problema. Sino, sigan la mirada de un hombre y de una mujer por un lugar donde haya muchas chicas o muchos hombres. Él va a padecer el síndrome del abismo (ya tratado en otra teoría de DB&P) y moverá sus ojos de un lado a otro. Ella probablemente no mire ni a uno en toda una cuadra de caminata. Y si mira, notablemente no será una obsesión para ella.

Mi propuesta es la siguiente: realizar un experimento con una muestra de 500 voluntarios. Si ellos después de cierto tiempo nos cuentan que ahora son felices, llevar a la legalidad la operación según elección del paciente. Obviamente antes de operarse se deberán hacer bancos de semen de manera de evitar la extinción de la raza humana. ¿Las mujeres qué opinan? No se preocupen, van a quedar varios infelices que decidirán vivir con la obsesión en sus vidas.

Con el tiempo se lo considerará como una vacuna que libera de ciertos males o incluso se la practicarán los cristianos en el bautismo liberándolos del pecado original y de un segundo mal. Vivimos en una sociedad precámbrica, pero sepan que esto es algo que se viene. Tarde o temprano, llegará.

Ahora, ¿quién pasa primero? Yo espero un tiempito más, gracias.