La noche cae pesada en Estambul con la milenaria paciencia árabe tan caracteristica.
Las lunas de las banderas parecen ascender y fundirse en el cielo para convertirse en una sola, gigante y luminosa.
Las estrellas en estos lares son tan abundantes como las historias, como los mitos.
Mis manos escriben esta columna lentamente, nerviosas y excitadas, empapadas con una mezcla de sudor y lagrimas.
Hoy he presenciado, he vivido, un acontecimiento histórico.
El Mundial de Basket que se juega en esta ciudad terminará en unos días. Falta para que se consagre al campeón, para que se elija al MVP, al mejor técnico, al equipo ideal, falta y sin embargo Scola se consagró.
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